viernes, 31 de agosto de 2012

Nostalgia


Después... ¿qué importa el después?
Toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado,
eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado
como un pájaro sin luz.

de Naranjo en Flor,

un tango escrito por Homero Expósito.

Su nona era argentina. Casi tanto como el dulce de leche. Pero era hija de italianos y por eso, en el fondo de las tripas, se sentía un poco extranjera. Había aprendido a hacer pizza en su casa, amasando con una dedicación singular. Estaba convencida de que el secreto de una buena masa era la esponja que armaba mezclando levadura con agua tibia, un poco de harina y algo de azúcar. Así preparaba el fermento su padre y ella no tenía ninguna duda de que en ese ritual previo al amasado estaba, como condensada, toda la esencia secreta de la italianidad de su legado. La primera vez que vio levadura seca, en polvo, guardada en un sobre hermético, se sintió frustrada. Pero el caos sobrevino cuando descubrió, a sus 80 años, un paquete de harina con levadura, lista para amasar. Fue entonces cuando entendió que el mundo se iría rápidamente al carajo y que el futuro no se presentaba para nada promisorio. Se murió un mes después.
La nona era, justamente, la que le había dicho un día:
—El vino te va a empezar a gustar al mismo tiempo que el tango.
“Nada, nada queda en tu casa natal, sólo telarañas que teje el yuyal”, cantaba Raúl Iriarte en un disco que sonaba más a púa que a otra cosa la primera vez que él tomó con gusto un Cabernet. Jamás imaginó que su nona supiera tanto de la vida, ni que tango y vino maridaran tan terriblemente bien. Sobre todo maridaba con el Cabernet que era tan bueno para ahogar las penas que el tango despertaba. Tenía 23 años. Fue un tanguero y un chupista tardío. Esos eran sus dos vicios. En los dos se moderaba. Más que nada por miedo.
“Cuidado con la nostalgia”, solía decirle su madre de vez en cuando, sin mucho motivo aparente, pero con una puntería inaudita. Su abuela padecía nostalgia y su hija, la hija de su abuela, o sea su madre, la madre de él, estaba convencida de que la tendencia a la enfermedad de la nostalgia era hereditaria y que ella, portadora pasiva, la había transmitido al hijo. El hijo tenía –hay que reconocerlo– tendencia a la nostalgia, por eso se cuidaba de darle demasiado lugar al tango y también al vino. Porque el tango y el vino, que maridaban tan bien, le generaban una saudade sutil, tan dulce como ponzoñosa.
Cuando la añoranza es inoculada en exceso en el corazón tiñe todo de un barniz opaco, no deja fluir el aire y asfixia. Erige una patria analéptica y mentirosa de la que siempre se está exiliado y destierra las vísceras del momento vital donde uno debería hacer pie. Él lo sabía, por eso se cuidaba del exceso de sus vicios. Tanto se cuidó que un día los dejó. Dejo el tango y dejó el vino. Creyó ­–iluso– que con ellos había dejado la nostalgia y sus peligros. Abandonó el pasado, cerró con hilo y aguja los agujeros de su historia, cauterizó recuerdos y momentos, olvidó. Creyó –idiota– que había vencido a la nostalgia y sus secuestros extorsivos.

Un día el pasado vino a buscarlo. Arremetió de golpe. El pasado, todo el pasado, todo junto, vino a buscarlo. Por carta, por teléfono, por correo electrónico, en sueños, a la puerta de su casa, en persona, disfrazado de foto, de película, de canción. Vino a buscarlo el pasado y lo secuestró, se lo llevó para siempre. Porque eso es lo que pasa con el pasado. Viene suave como el viento que susurra, disfrazado de recuerdo que acaricia el corazón. Viene suave, y se devora de un tarascón el presente, sin dejar más que un recuerdo, sin dejar más que un cuento, parecido al pasado, pero de otro color.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Patria


Quizás mi única noción de patria
Sea esta urgencia de decir nosotros
Mario Benedetti

Siempre carecí
del sentimiento plenamente
patriótico que inunda el
pecho de quienes ven:
La patria
                              celeste y blanca.

La patria tiene para
mí el color desnudo de tus pies descalzos.
La patria tiene el dolor urgente
de tu hambre, hermano.
La patria tiene el nombre
de la historia mutilada
de tantos siglos de
                              indiferencia.
Yo no se decir patria
pero aprendí a escribir
                              hermano.
Y te digo hermano
tratando de limpiarme
del proselitismo patrio.

Te digo hermano, y me uno
a esta tierra
que espera urgente
                         que sonrías.


Me pregunto y te pregunto, hermano
¿Cuánto vale la felicidad
                              del pobre?
¿Qué precio tiene la sonrisa
                               del mugriento?
Y nadie se anima a responder,
pero farfullan hermano.

Y vuelven a decir nosotros,
olvidando a quienes integran.
Y surca la celeste y blanca,
el cielo patrio.

Y me pregunto, hermano,
¿Entran en un nosotros
                              Patriótico
los ninguneados 
de nuestra patria?

Infeliz es el nombre
de esta patria
que hiende
tu cuerpo de hambre
y tu alma de miseria.

Miserables son nuestras manos
                                            calladas
que no soportan y silencian
el grito de Latinoamérica,
que suda sangre y cadenas.

Yo no quiero decir patria
para olvidar.
Yo quiero decirte Patria
Y  librarme pronto
                               del chanta,
                              del fulbito,
                              de Maradona,
                              del Martín Fierro y de Gardel,
                              del asadito y el fernet,
                              del celeste y blanco,
                              que siempre surca el cielo para no olvidar el gol,
Quiero olvidarme
                              del Che
                              de Perón y
                              de Evita.

Quiero olvidar la procedencia,
quiero recordar la urgencia
Quiero decir patria y ser
quero ser y actuar
quiero dejar de verbalizar,
quiero verte reír hermano.

Yo voy a cantar contigo
                              Hermano.
Para decir patria             
y no decir           
                               Miseria
Para decir patria             
y que escuches diferencia.
Yo voy a cantar contigo
                              Hermano.
Para olvidar la soledad de           
                              la tierra.
Yo voy a cantar contigo               
para poder decirte                                       
                              Hermano
 ésta es
                              Nuestra Patria.



Lo intenté muchas veces hasta que entendí que esta vieja manía de rimar es arte de unos pocos.

martes, 28 de junio de 2011

Despecho sincero

“Que los ruidos te perforen los dientes,
como una lima de dentista,
y la memoria se te llene de herrumbre,
de olores descompuestos y de palabras rotas.
[…]
Que al salir a la calle,
hasta los faroles te corran a patadas;
que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte
ante los tachos de basura
y que todos los habitantes de la ciudad
te confundan con un meadero”.

Maldición, de Oliverio Girondo
[Espantapájaros, 1932]

—Espero que te mueras, ahora mismo, de golpe.

—¿Cómo podés ser tan bestia de decirme una cosa tan espantosa? No tenés corazón, sos…

—No sólo eso. Quisiera que sufras, que te duela.

—¡Bestia! –Lloró.

—Claro, yo te digo eso y soy una bestia. Vos me rompés el corazón y te quedás tan tranquila.

—¿O sea que decirme esas barbaridades es tu venganza? ¿Tan báscio sos?

—No, yo no soy amigo de la venganza. No es venganza. Es despecho. Absolutamente básico, es cierto. Pero incuestionablemente sincero también.

—Pero…

—No, no digas nada. ¿Sabés qué? Ya no quiero que te mueras. Espero que vivas. Pero que la vida te traiga de regalo desazones. Espero que te enamores de quien no te corresponda. Que te arrastres y te desvivas por enamorarlo, por conquistarlo, por seducirlo, por gustarle, por que te mire, por que sepa que existís siquiera. Espero que hagas esfuerzos. Que cambies. Que transformes tu modo de pensar, tu modo de vestir, tu aspecto físico…

—¡Basta!

—No. Espero que él te exija que cambies para quererte y que después, cuando cambies, siga sin enamorarse ni un poquito, nada. Que te traiciones a vos misma en el afán de conquistarlo y que te pierdas. Pero que en el trayecto recuerdes a este pobre infeliz que te quiso como eras y que te maldigas a vos misma. Espero que se te destroce el corazón en mil pedazos y que te quedes sola. Sola, muy sola, pero queriendo estar con alguien, desdeñando tu perra soledad.

—¡Te odio! ¡Sos un animal!

—Yo no, yo te amo con locura.

—¿Cómo podés decir que me amás con las barbaridades que me estás diciendo?

—Y bueno, eso no es tanto el amor como la locura.

—¡Estás loco!

—A ver mamita, es lo que estoy diciendo.

—¡Morite!

—Ves, yo te deseo la muerte y te volvés loca, me la deseás vos y te quedás tan campante. ¡Coherencia es lo único que pido!

—¡Ah! ¡Por Dios, estás muy enfermo!

—Enferma vos que te molesta tanto lo que te digo y te quedás ahí para oírlo.

—Es que no doy crédito a lo que escucho.

—Puedo seguir, si querés: Ojalá algún día vuelvas a buscarme, a decirme que como yo nadie te amó jamás, que entendiste, de una buena vez, que yo te quise como eras, sin exigirte nada a cambio. Pero sobre todo espero que cuando lo hagas yo me haya enamorado de una mujer que merezca mis querencias o que, al menos, las valore. Espero ya no tener ojos más que para ella y que vos te arrastres y me ruegues la mirada. Espero no registrarte, no sentir siquiera lástima. O sí, un poco de lástima ni a vos podría negártela.

—Te juro que no te entiendo.

—Bueno, tampoco es tan difícil.

—Pero, es que…

—Pero-es-que, nada. Pero-es-que, las pelotas.

—¿Por qué hacés esto? Vos no sos así, vos sos distinto. Yo te he querido mucho y te quiero, pero…

—Ese es el problema, el “pero” maldito ese. Vos me querés, pero ya no de la forma en la que yo te quiero. Y soy buen tipo, ¿te das cuenta? Podría ser comprensivo y decirte que te quiero, que te voy a amar por siempre, que aunque vos ya no me ames de esta forma yo voy a seguir estando para vos, para lo que necesites, que siempre vas a poder contar conmigo y qué-sé-yo-qué-más. Pero como soy buen tipo y como te amo con locura, te ahorro el trámite, te digo todas estas barbaridades y vos te vas de acá pensando que estoy loco, que soy un enfermo, que te salvaste de mí. Te vas con libertad y sin culpa. ¿Te das cuenta? ¡Con libertad y sin culpa! No se me ocurre mejor regalo de despedida.

—La verdad que sos buen tipo.

—¡No! ¡No entendiste nada!

—Bueno, empecemos de vuelta.

—Espero que te mueras, ahora mismo, de golpe.

—¿Cómo podés ser tan bestia de decirme una cosa tan espantosa? No tenés corazón, sos…

—No sólo eso. Quisiera que sufras, que te duela.

—¡Bestia! –Se paró y se fue.

—¡Eso es! –Entonces, sólo entonces, lloró él.

martes, 22 de marzo de 2011

Terremoto mudo

“El primo de Casals, que se llama Héctor, la hache no se pronuncia, sabemos que está ahí esa pequeña letra, y nada más. Hay en mí algo hoy, también, que no se pronuncia pero está allí. Tal vez sea mejor no encontrarle un sonido. Callemos”.

De La traición de Rita Hayworth
de Manuel Puig

Un terremoto. Sería la mejor forma. Un huracán tiene demasiado preludio y genera demasiado pánico previo, igual que un meteorito que se dirige a la tierra. Se demoraría demasiado. Un terremoto es la mejor opción. Además esta es zona sísmica y no de huracanes. Y lo de los meteoritos es una cosa más compleja. Un terremoto, sí un terremoto sería la mejor forma de que se vaya todo a la mierda ahora mismo, que se abra la tierra y nos trague. Capaz que después se cierra, se abraza y nos hace abrazarnos a los dos. Al final capaz que es la única forma de abrazarnos. Cómo la abrazaría, la abrazaría desde ahora y para siempre, eso es terrible en realidad porque si por ejemplo yo ahora dijera me tengo que ir urgente porque me olvidé que me estaban esperando, y ella, bueno, andá, y yo, sí, chau, y me acerco y le doy un beso en la mejilla como se saluda la gente cuando no tiene excusas para ser más afectuoso, entonces capaz que sucumbo a la tentación y la abrazo y ya no la suelto nunca más. Eso sería un problema, porque ella me acaba de decir estoy enamorada, con los ojos iluminados y brillosos y yo sé que está enamorada de otro y no de mí y eso me destroza por dentro, pero ni siquiera me hace dar bronca o ponerme violento, porque ni para eso me da el espíritu después de que se me rompió el corazón. Pero soy más estúpido de lo que pensaba porque le pregunto de quién está enamorada y me dice el nombre de un pibe al que ahora odio pero que ni siquiera conozco y me entran ganas de que nos muramos todos de repente así dejo de sufrir pero los arrastro a todos a la mierda en la que me siento sumergido. Sumergido irá con jota o con ge, creo que con ge porque viene de sumergir y sumerjir no me suena, si lo dijéramos en cubano podría ir con hache de pronunciación en inglés como en hot o hat que se pronuncia jot y jat, aunque con una jota menos marcada, distinta, como los cubanos que pronuncian la jota de forma rara, pero sumergir debe ir con ge, aunque es una ge que se pronuncia mucho, como si fuera una jota. Mierda que estaría bueno que se vaya todo al cuerno ya mismo. Parece que no va a temblar igual, ni un poquito, qué lástima la verdad, porque por ahí si tiembla a ella le da miedo y viene y me abraza como pasa en las películas cuando a las mujeres les da miedo y se refugian en los brazos del galán, y si es ella la que me abraza a mí sería diferente porque aunque yo no la soltara nunca más ya no podría echarme la culpa porque en realidad fue ella la que me abrazó, aunque esté enamorada de otro y el galán debiera ser él y no yo, pero el que está acá en medio del temblor soy yo y no él y eso en las películas no se perdona, si está conmigo la abrazo yo. Igual no tiembla, que suerte puta la mía. Ahora dice cosas graciosas, como siempre, porque además de preciosa es simpática la desgraciada. Me pregunto si mi risa se verá forzada porque la verdad que no tengo ganas de reírme ni un poquito en este momento y encima nos acabamos de sentar y la cerveza está casi entera todavía, falta un siglo para que me pueda ir a mi casa a llorar como el miserable que soy. Me pregunto si me habrá largado tan de entrada eso de que estaba enamorada porque sospechó que yo le iba a decir que hace como dos meses que no pienso en otra cosa que no sea ella o porque quería compartir lo que le pasa. Si es su forma de evitar mi declaración amorosa es una guachada, pero no puedo culparla, es espantoso cuando te declaran amor y no podés corresponder porque tenés el corazón en otro sitio. Igual es de cobarde escaparse, pero en las mujeres la cobardía no se condena tanto. Yo hubiese sido igual de cobarde, en cualquier caso. Che, como tengo el corazón de acelerado, todavía me dura el nerviosismo que me entró cuando me dijo lo del boludo este del que está enamorada. Acelerado y roto el corazón, que combinación espantosa. Yo me sumerjo solo en estas cuestiones. Ah, ves, sumerjo es con jota, entonces no sé si sumergir va con ge porque sumerjo necesariamente va con jota, porque la ge al lado de la o suena más débil. No, pero sumergir debe ir con ge y en sumerjo se debe convertir en jota. Es complicada la ortografía con estas cosas. Se la ve tan contenta que en realidad está bueno que esté enamorada porque es feliz, podría haber sido feliz conmigo también y no con él, que cabrón con suerte, igual tiene razón Benedetti con eso de que la culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo. La culpa es de uno, o sea mía, porque eso de decir uno es una forma cobarde de decir yo, me, mi, conmigo. La culpa es mía que no la enamoré nunca y ahora está con otro. Esperate, seguro que me pregunta que para qué la cité acá, tengo que inventarme alguna excusa, si no se va a dar cuenta que la cité para decirle algo que no le estoy diciendo, qué le digo, qué le digo. Cagamos, el corazón más acelerado que antes. Ya está, si me pregunta le pido ayuda con el trabajo ese de la facultad, va a pensar que soy un pelotudo, pero si se entera lo que de verdad está pasando además de pensarlo lo va a confirmar y yo no estoy para que me tengan pena, demasiada pena me tengo yo. Y no tiembla, eh, ni un poquito, que desgracia che. Y ella se queda callada un segundo y mira la lámpara, me asusté, pensé que estaba temblando, dice y yo me empiezo a reír a carcajadas y ella se tienta de la risa aunque no sabe por qué. Callemos, no te rías más que me enamoro más todavía.

jueves, 10 de marzo de 2011

Esto de desencontrarte

esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo perderte
y volverte a encontrar
y ojalá nada más.

De una poesía de Mario Benedetti

Te desencontré, por primera vez, en una plaza del centro. Te había encontrado tiempo antes y me costó entender el desencuentro que se había urdido en esa noche. Noche que se prolongó hasta la oscuridad siguiente, cuando te despediste (casi) para siempre al bajar del colectivo que se llamaría luego autobús. Parece un lugar común, pero algo se devoró ese día, yo sólo recuerdo dos noches: contiguas, continuas, eternas. Te desencontré desde la primera noche porque en la torpeza neoadolescente no sabía distinguir el amor del filo del hacha (que aunque mi papá diga mil veces que nada tienen que ver a veces pasan por la misma cosa), y como no sabía, no estaba seguro de si cortarse era lo mejor. No hubo un beso. Nunca hubo un beso. Ni siquiera hubo un beso. Ahora que lo pienso no debe haber mayor presagio de un desencuentro.

Entendí que te había desencontrado cuando las cartas no tenían respuesta y los llamados telefónicos se respondían con una distancia infinitamente más grande que la del atlántico y los hemisferios y la luna al revés. Me desencontraste entonces, cuando sin entender qué carajo pasaba necesité llorar en silencio y escribir estúpidas poesías (horribles y cursis, por cierto). Me encerré en ese pasado que no había sucedido y me quedé desencontrado y no tan desenamorado como hubiese pretendido.

Te desencontré en las vueltas de la vida, en mi retorno a casa después del extraño exilio. Te escribí cosas que nunca te di porque no sabía ni dónde estaba parado. Te desencontré y te perdí y creí que para siempre. Pero seguí desencontrándote en recovecos insospechados de suelos comunes, en sueños no del todo erradicados, en la fiesta de la boda de una presencia lejana. Te desencontré en los brazos de él, que eran el sello del desencuentro. Te desencontré en brazos y labios de otras mujeres que no eran vos. Maquillé el desencuentro de olvido y desinterés que corroen por dentro, pero no se notan por fuera. Te desencontré más veces, pero sin siquiera acercarme. Sin interesarme, porque yo mismo me había apegado al maquillaje.

Te encontré una sola vez en mi vida: aquella noche cerca de la playa que te desestabilizó y que me derritió las caretas. Esa vez te encontré y me animé a abrir la herida. Te seguí encontrando en una plaza (otra vez) cuando hablamos y cuando conocí tu lado de la historia. Pero entonces me desencontraste vos a mi, porque mi vida había caminado una ruta diferente. Me desencontraste en una plaza (siempre en una plaza) cuando preguntaste por mi camino y la dirección me hizo perderte y ni vos ni yo lo pudimos manejar.

Pasó el tiempo y volví. Volvió más el de la plaza primera que los otros dos. Menos sabio y más viejo te busqué, te busqué para encontrarte. Esta vez venía dispuesto y dispuesto llegué a buscarte hasta encontrarte y jamás desencontrarte. Porque había por fin entendido que te seguía esperando, que te había buscado y esperado desde casi siempre y que esta vez me tocaba buscarte y encontrarte y ojalá nada más.

Te encontré. Aleluya, te encontré. Volví a ser el de antes. Pero te desencontré tan rápido. Carajo que te desencontré rápido. Esta vez no asumo responsabilidades, perdoname pero no puedo: yo desanduve caminos infernales para llegar hasta acá. Recorrí casi tanto como Dante en busca de Beatriz. Caminé en contra de mis instintos y en contra de vientos más fuertes que mis propios complejos, que no son mansos. Desarmé murallas y jubilé armaduras vetustas: todo para encontrarte. Me brindé entero cuando creí haberte encontrado, abrí todas las puertas para ver si te animabas a entrar. Pero aquí me quedé, con las puertas abiertas y ­­–perdón por la expresión– cagado de frío y cagado de angustia. No me queda más que un batallón de ojalás: ojalá no te hubiese desencontrado, ojalá te volviese a encontrar, pero ojalá sobre todo que no sea este el “nada más” de nuestra historia.

martes, 7 de septiembre de 2010

El hombre se posee en la medida en que posee su lengua

No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua. Porque el individuo se posee a sí mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple por medio del lenguaje. Ya Lazarus y Steindhal, filólogos germanos, vieron que el espíritu es lenguaje y se hace por el lenguaje. hablar es comprender, y comprenderse es construirse a sí mismo y construir el mundo. A medida que se desenvuelve este razonamiento y se advierte esa fuerza extraordinaria del lenguaje en modelar nuestra misma persona, en formarnos, se aprecia la enorme responsabilidad de una sociedad humana que deja al individuo en estado de incultura lingüística. En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aún menos. ¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiera querido decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja de la dignidad humana. No nos hiere su deficiencia por razones de bien hablar, por ausencia de formas bellas, por torpeza técnica, no. Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano; porque ese hombre denota sus tanteos, sus empujones a ciegas por las nieblas de su oscura conciencia de la lengua, que no llega a ser completamente, que no sabremos nosotros encontrarlo. Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarme con un mozo joven, fuerte, ágil, curtido en los ejercicios gimnásticos, dueño de su cuerpo, pero cuando llega al instante de contra algo, de explicar algo, se transforma de pronto en un baldado espiritual, incapaz de moverse entre sus pensamientos; ser precisamente lo contrario, en el ejercicio de las potencias de su alma, a lo que es en el uso de las fuerzas de su cuerpo. Podrán salirme al camino los defensores de lo inefable, con su cuento de lo más hermoso del alma se expresa sin palabras. No lo se. Me aconsejo a mí mismo una cierta precaución ante eso de lo inefable. Puede existir lo más hermoso de un alma sin palabras, acaso. Pero no llegará a tomar forma humana completa. Recuerdo unos versos de Shakespeare, en The merchant of Venice ("el mercader de Venecia") que ilustra esa paradoja de lo inefable:

Madam, you have bereft me of all words,
only my blood speaks to you in my veins.

(Señora, ud. me ha despojado de todas las palabras
solamente mi sangre habla a ud. en mis venas)

Es decir, la visión de la hermosura le ha hecho perder el habla; lo que en él habla desde dentro es el ardor de su sangre en las venas. Todo está muy bien, pero hay circunstancias que no debemos olvidar, y es que el personaje nos cuenta que no tiene palabras, por medio de las palabras, y que sólo porque las tiene sabemos que no las tiene". El ser humano es inseparable de su lenguaje. Y el lenguaje nos sirve de método de exploración interior, ya hablemos con nosotros mismos o con los demás, de luz, con la que vamos iluminando nuestros senos oscuros, aclarándonos más y más, esto es, cumpliendo ese deber de nuestro destino de conocer lo mejor que somos, tantas veces callado en escondrijos aún sin habla de la persona. La palabra es espíritu, no materia, y el lenguaje, en su función más trascendental, no es técnica de comunicación: es liberación del pobre, es reconocimiento y posesión de su alma, de su ser. "¡Pobrecito!" dicen los mayores cuando ven a un niño que llora y se queja de un dolor sin poder precisarlo. "No sabe dónde le duele". Esto no es rigurosamente exacto. Pero ¡qué hermoso! Hombre que malconozca su idioma no sabrá, cuando sea mayor, dónde le duele ni dónde se alegra. Los supremos conocedores del lenguaje, los que lo recrean, los poetas, pueden definirse como los seres que saben decir mejor que nadie dónde les duele.

(En "El defensor". Madrid, Alianza, 1967)

por: Pedro Salinas

lunes, 23 de agosto de 2010

La idea

Es necesario, en principio, un prólogo que desambigüe el contenido pretendido por este blog. Se me ocurrió que podría ser interesante ir a la fuente misma para comenzar. Transcribo un fragmento del correo electrónico que dio origen al presente proyecto.

"¿Alguna vez te conté de la idea de libro que tengo hace rato? No es ninguna genialidad... pero siempre me sucedió que me fascina esto de los mares que desata en el interior algún fragmento estúpido e insignificante de la literatura de otros, llegando a convertirse, incluso, en creaciones literarias propias. Siempre pensé en hacer un libro bajo un título que jugase con el término de lo propio y lo im-propio (por ajeno, aunque con malicia). Que en verdad sería una suerte de colección de ensayos, cuentos cortos, relatos sin fin alguno que se desprendiesen de fragmentos literarios de otros. En fin... podríamos coescribirlo. Hoy se me ocurrió, que dada la dificultad que hoy puede plantearse para escribir dicho libro podríamos empezar el proyecto vía blog. Si te pinta es una invitación para que lo hagamos juntos.

Motivo segundo del mail es compartirte una de esas frases de La vorágine que me removió las tripas: Dice Clarita a Arturo cuando le está contando toda su desventura y el porqué de su simpatía para con él: "Antier, cuando yegaste a cabayo, con la escopeta al arzón, atropeyando la gente, caída la gorra sobre la nuca, te me pareciste a mi hombre. Luego simpaticé contigo desde que supe que eres poeta".

Lo demás es historia y arrebato. Veremos que sale. Somos dos: un nene y una nena, literatos perdidos. Podrán ir descubriéndonos en nuestras letras (si quieren, claro está).