martes, 22 de marzo de 2011

Terremoto mudo

“El primo de Casals, que se llama Héctor, la hache no se pronuncia, sabemos que está ahí esa pequeña letra, y nada más. Hay en mí algo hoy, también, que no se pronuncia pero está allí. Tal vez sea mejor no encontrarle un sonido. Callemos”.

De La traición de Rita Hayworth
de Manuel Puig

Un terremoto. Sería la mejor forma. Un huracán tiene demasiado preludio y genera demasiado pánico previo, igual que un meteorito que se dirige a la tierra. Se demoraría demasiado. Un terremoto es la mejor opción. Además esta es zona sísmica y no de huracanes. Y lo de los meteoritos es una cosa más compleja. Un terremoto, sí un terremoto sería la mejor forma de que se vaya todo a la mierda ahora mismo, que se abra la tierra y nos trague. Capaz que después se cierra, se abraza y nos hace abrazarnos a los dos. Al final capaz que es la única forma de abrazarnos. Cómo la abrazaría, la abrazaría desde ahora y para siempre, eso es terrible en realidad porque si por ejemplo yo ahora dijera me tengo que ir urgente porque me olvidé que me estaban esperando, y ella, bueno, andá, y yo, sí, chau, y me acerco y le doy un beso en la mejilla como se saluda la gente cuando no tiene excusas para ser más afectuoso, entonces capaz que sucumbo a la tentación y la abrazo y ya no la suelto nunca más. Eso sería un problema, porque ella me acaba de decir estoy enamorada, con los ojos iluminados y brillosos y yo sé que está enamorada de otro y no de mí y eso me destroza por dentro, pero ni siquiera me hace dar bronca o ponerme violento, porque ni para eso me da el espíritu después de que se me rompió el corazón. Pero soy más estúpido de lo que pensaba porque le pregunto de quién está enamorada y me dice el nombre de un pibe al que ahora odio pero que ni siquiera conozco y me entran ganas de que nos muramos todos de repente así dejo de sufrir pero los arrastro a todos a la mierda en la que me siento sumergido. Sumergido irá con jota o con ge, creo que con ge porque viene de sumergir y sumerjir no me suena, si lo dijéramos en cubano podría ir con hache de pronunciación en inglés como en hot o hat que se pronuncia jot y jat, aunque con una jota menos marcada, distinta, como los cubanos que pronuncian la jota de forma rara, pero sumergir debe ir con ge, aunque es una ge que se pronuncia mucho, como si fuera una jota. Mierda que estaría bueno que se vaya todo al cuerno ya mismo. Parece que no va a temblar igual, ni un poquito, qué lástima la verdad, porque por ahí si tiembla a ella le da miedo y viene y me abraza como pasa en las películas cuando a las mujeres les da miedo y se refugian en los brazos del galán, y si es ella la que me abraza a mí sería diferente porque aunque yo no la soltara nunca más ya no podría echarme la culpa porque en realidad fue ella la que me abrazó, aunque esté enamorada de otro y el galán debiera ser él y no yo, pero el que está acá en medio del temblor soy yo y no él y eso en las películas no se perdona, si está conmigo la abrazo yo. Igual no tiembla, que suerte puta la mía. Ahora dice cosas graciosas, como siempre, porque además de preciosa es simpática la desgraciada. Me pregunto si mi risa se verá forzada porque la verdad que no tengo ganas de reírme ni un poquito en este momento y encima nos acabamos de sentar y la cerveza está casi entera todavía, falta un siglo para que me pueda ir a mi casa a llorar como el miserable que soy. Me pregunto si me habrá largado tan de entrada eso de que estaba enamorada porque sospechó que yo le iba a decir que hace como dos meses que no pienso en otra cosa que no sea ella o porque quería compartir lo que le pasa. Si es su forma de evitar mi declaración amorosa es una guachada, pero no puedo culparla, es espantoso cuando te declaran amor y no podés corresponder porque tenés el corazón en otro sitio. Igual es de cobarde escaparse, pero en las mujeres la cobardía no se condena tanto. Yo hubiese sido igual de cobarde, en cualquier caso. Che, como tengo el corazón de acelerado, todavía me dura el nerviosismo que me entró cuando me dijo lo del boludo este del que está enamorada. Acelerado y roto el corazón, que combinación espantosa. Yo me sumerjo solo en estas cuestiones. Ah, ves, sumerjo es con jota, entonces no sé si sumergir va con ge porque sumerjo necesariamente va con jota, porque la ge al lado de la o suena más débil. No, pero sumergir debe ir con ge y en sumerjo se debe convertir en jota. Es complicada la ortografía con estas cosas. Se la ve tan contenta que en realidad está bueno que esté enamorada porque es feliz, podría haber sido feliz conmigo también y no con él, que cabrón con suerte, igual tiene razón Benedetti con eso de que la culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo. La culpa es de uno, o sea mía, porque eso de decir uno es una forma cobarde de decir yo, me, mi, conmigo. La culpa es mía que no la enamoré nunca y ahora está con otro. Esperate, seguro que me pregunta que para qué la cité acá, tengo que inventarme alguna excusa, si no se va a dar cuenta que la cité para decirle algo que no le estoy diciendo, qué le digo, qué le digo. Cagamos, el corazón más acelerado que antes. Ya está, si me pregunta le pido ayuda con el trabajo ese de la facultad, va a pensar que soy un pelotudo, pero si se entera lo que de verdad está pasando además de pensarlo lo va a confirmar y yo no estoy para que me tengan pena, demasiada pena me tengo yo. Y no tiembla, eh, ni un poquito, que desgracia che. Y ella se queda callada un segundo y mira la lámpara, me asusté, pensé que estaba temblando, dice y yo me empiezo a reír a carcajadas y ella se tienta de la risa aunque no sabe por qué. Callemos, no te rías más que me enamoro más todavía.

jueves, 10 de marzo de 2011

Esto de desencontrarte

esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo perderte
y volverte a encontrar
y ojalá nada más.

De una poesía de Mario Benedetti

Te desencontré, por primera vez, en una plaza del centro. Te había encontrado tiempo antes y me costó entender el desencuentro que se había urdido en esa noche. Noche que se prolongó hasta la oscuridad siguiente, cuando te despediste (casi) para siempre al bajar del colectivo que se llamaría luego autobús. Parece un lugar común, pero algo se devoró ese día, yo sólo recuerdo dos noches: contiguas, continuas, eternas. Te desencontré desde la primera noche porque en la torpeza neoadolescente no sabía distinguir el amor del filo del hacha (que aunque mi papá diga mil veces que nada tienen que ver a veces pasan por la misma cosa), y como no sabía, no estaba seguro de si cortarse era lo mejor. No hubo un beso. Nunca hubo un beso. Ni siquiera hubo un beso. Ahora que lo pienso no debe haber mayor presagio de un desencuentro.

Entendí que te había desencontrado cuando las cartas no tenían respuesta y los llamados telefónicos se respondían con una distancia infinitamente más grande que la del atlántico y los hemisferios y la luna al revés. Me desencontraste entonces, cuando sin entender qué carajo pasaba necesité llorar en silencio y escribir estúpidas poesías (horribles y cursis, por cierto). Me encerré en ese pasado que no había sucedido y me quedé desencontrado y no tan desenamorado como hubiese pretendido.

Te desencontré en las vueltas de la vida, en mi retorno a casa después del extraño exilio. Te escribí cosas que nunca te di porque no sabía ni dónde estaba parado. Te desencontré y te perdí y creí que para siempre. Pero seguí desencontrándote en recovecos insospechados de suelos comunes, en sueños no del todo erradicados, en la fiesta de la boda de una presencia lejana. Te desencontré en los brazos de él, que eran el sello del desencuentro. Te desencontré en brazos y labios de otras mujeres que no eran vos. Maquillé el desencuentro de olvido y desinterés que corroen por dentro, pero no se notan por fuera. Te desencontré más veces, pero sin siquiera acercarme. Sin interesarme, porque yo mismo me había apegado al maquillaje.

Te encontré una sola vez en mi vida: aquella noche cerca de la playa que te desestabilizó y que me derritió las caretas. Esa vez te encontré y me animé a abrir la herida. Te seguí encontrando en una plaza (otra vez) cuando hablamos y cuando conocí tu lado de la historia. Pero entonces me desencontraste vos a mi, porque mi vida había caminado una ruta diferente. Me desencontraste en una plaza (siempre en una plaza) cuando preguntaste por mi camino y la dirección me hizo perderte y ni vos ni yo lo pudimos manejar.

Pasó el tiempo y volví. Volvió más el de la plaza primera que los otros dos. Menos sabio y más viejo te busqué, te busqué para encontrarte. Esta vez venía dispuesto y dispuesto llegué a buscarte hasta encontrarte y jamás desencontrarte. Porque había por fin entendido que te seguía esperando, que te había buscado y esperado desde casi siempre y que esta vez me tocaba buscarte y encontrarte y ojalá nada más.

Te encontré. Aleluya, te encontré. Volví a ser el de antes. Pero te desencontré tan rápido. Carajo que te desencontré rápido. Esta vez no asumo responsabilidades, perdoname pero no puedo: yo desanduve caminos infernales para llegar hasta acá. Recorrí casi tanto como Dante en busca de Beatriz. Caminé en contra de mis instintos y en contra de vientos más fuertes que mis propios complejos, que no son mansos. Desarmé murallas y jubilé armaduras vetustas: todo para encontrarte. Me brindé entero cuando creí haberte encontrado, abrí todas las puertas para ver si te animabas a entrar. Pero aquí me quedé, con las puertas abiertas y ­­–perdón por la expresión– cagado de frío y cagado de angustia. No me queda más que un batallón de ojalás: ojalá no te hubiese desencontrado, ojalá te volviese a encontrar, pero ojalá sobre todo que no sea este el “nada más” de nuestra historia.