jueves, 10 de marzo de 2011

Esto de desencontrarte

esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo perderte
y volverte a encontrar
y ojalá nada más.

De una poesía de Mario Benedetti

Te desencontré, por primera vez, en una plaza del centro. Te había encontrado tiempo antes y me costó entender el desencuentro que se había urdido en esa noche. Noche que se prolongó hasta la oscuridad siguiente, cuando te despediste (casi) para siempre al bajar del colectivo que se llamaría luego autobús. Parece un lugar común, pero algo se devoró ese día, yo sólo recuerdo dos noches: contiguas, continuas, eternas. Te desencontré desde la primera noche porque en la torpeza neoadolescente no sabía distinguir el amor del filo del hacha (que aunque mi papá diga mil veces que nada tienen que ver a veces pasan por la misma cosa), y como no sabía, no estaba seguro de si cortarse era lo mejor. No hubo un beso. Nunca hubo un beso. Ni siquiera hubo un beso. Ahora que lo pienso no debe haber mayor presagio de un desencuentro.

Entendí que te había desencontrado cuando las cartas no tenían respuesta y los llamados telefónicos se respondían con una distancia infinitamente más grande que la del atlántico y los hemisferios y la luna al revés. Me desencontraste entonces, cuando sin entender qué carajo pasaba necesité llorar en silencio y escribir estúpidas poesías (horribles y cursis, por cierto). Me encerré en ese pasado que no había sucedido y me quedé desencontrado y no tan desenamorado como hubiese pretendido.

Te desencontré en las vueltas de la vida, en mi retorno a casa después del extraño exilio. Te escribí cosas que nunca te di porque no sabía ni dónde estaba parado. Te desencontré y te perdí y creí que para siempre. Pero seguí desencontrándote en recovecos insospechados de suelos comunes, en sueños no del todo erradicados, en la fiesta de la boda de una presencia lejana. Te desencontré en los brazos de él, que eran el sello del desencuentro. Te desencontré en brazos y labios de otras mujeres que no eran vos. Maquillé el desencuentro de olvido y desinterés que corroen por dentro, pero no se notan por fuera. Te desencontré más veces, pero sin siquiera acercarme. Sin interesarme, porque yo mismo me había apegado al maquillaje.

Te encontré una sola vez en mi vida: aquella noche cerca de la playa que te desestabilizó y que me derritió las caretas. Esa vez te encontré y me animé a abrir la herida. Te seguí encontrando en una plaza (otra vez) cuando hablamos y cuando conocí tu lado de la historia. Pero entonces me desencontraste vos a mi, porque mi vida había caminado una ruta diferente. Me desencontraste en una plaza (siempre en una plaza) cuando preguntaste por mi camino y la dirección me hizo perderte y ni vos ni yo lo pudimos manejar.

Pasó el tiempo y volví. Volvió más el de la plaza primera que los otros dos. Menos sabio y más viejo te busqué, te busqué para encontrarte. Esta vez venía dispuesto y dispuesto llegué a buscarte hasta encontrarte y jamás desencontrarte. Porque había por fin entendido que te seguía esperando, que te había buscado y esperado desde casi siempre y que esta vez me tocaba buscarte y encontrarte y ojalá nada más.

Te encontré. Aleluya, te encontré. Volví a ser el de antes. Pero te desencontré tan rápido. Carajo que te desencontré rápido. Esta vez no asumo responsabilidades, perdoname pero no puedo: yo desanduve caminos infernales para llegar hasta acá. Recorrí casi tanto como Dante en busca de Beatriz. Caminé en contra de mis instintos y en contra de vientos más fuertes que mis propios complejos, que no son mansos. Desarmé murallas y jubilé armaduras vetustas: todo para encontrarte. Me brindé entero cuando creí haberte encontrado, abrí todas las puertas para ver si te animabas a entrar. Pero aquí me quedé, con las puertas abiertas y ­­–perdón por la expresión– cagado de frío y cagado de angustia. No me queda más que un batallón de ojalás: ojalá no te hubiese desencontrado, ojalá te volviese a encontrar, pero ojalá sobre todo que no sea este el “nada más” de nuestra historia.

2 comentarios:

  1. me quedo impresionado... para releer y eso no es poca cosa!

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  2. Apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para separarnos minuciosamente.
    Me recordaste un poco ese fragmento... mirá que no cualquiera puede parafrasearlo.

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